domingo, 23 de mayo de 2010

Tú subes, yo bajo

Eres abstracta. No puedo aproximarme a ti, pero estas en todo lo que hago. ¿Te encontrare acaso algún día?. Te sueño, te anhelo, te quiero. Pero sigues sin estar aquí. El deseo se mezcla con dolor. Intento palpar y saborear tus labios, reconocer el olor de tu boca, así como el de tu sexo, reconocerte entre un mar de gente, donde el bullicio no sea más que un detalle inocuo.
Te veo, conmigo al lado, caminando por esas calles tristes, que sin embargo, al verte aparecer agitan sus colores y recuerdan su belleza de días lejanos. Continúo mirándote, y ya no puedo dejar de hacerlo. Tus anteojos, ese curioso detalle que siempre me han causado una alegría insulsa, tan gigantes, tan pulcros, tan genuinamente tuyos, me enloquecen. Como no quererte, aún si acaso no te he visto. Pero te desvaneces, te alejas de mí como si yo fuera el peor de los seres que habitan este fatigado mundo. Imagino que puedes tener razón, hay días en que la desidia, el dolor y la melancolía me trastornan, me enloquecen, me perturban. Vástago baluarte de esa conmiseración, ignorancia y depresión que habita las sociedades de consumo.
Pero tienes absoluta razón. Te vi y no hice nada por retenerte. Te vi y deje que te fueras como si no supiera que con eso aniquilaba mi deseo de continuar vivo. Escaleras, las testigos de nuestro amor maldito. Tú subías y yo bajaba. Te alejas, te sigo, aunque siempre con esa cautela de quién sigue su presa, su presa, que ironía. Yo solo desearía ser cazado por ti, volcarme a ser tu alimento, saciar tus necesidades. Te miro, pero no me miras. Tú subes, yo bajo...