viernes, 17 de diciembre de 2010

deseo escribir, pero no puedo

Camino.

El parque se presenta infinito. El sol no es inconveniente para mi andar parco y lívido. Es un estupendo momento para sacar un libro y leerlo mientras camino.
Las imágenes me vienen a la mente de una forma impetuosa, a cada instante creo estar observando lo que leo. Esa mujer desgarrada frente al ocaso de su historia de amor, esa perdida fatal de una persona cercana.
Sí, creo estar observando gente decepcionada. Sustancialmente inerte. Todo me lleva a creer que Santiago es un lugar algo triste.

De súbito siento un bocinazo, sonido que me devuelve a la calle que estoy cruzando. Pero no hago caso. Continúo pegado al libro y a mí andar distraído. Al carajo los automovilistas, pusilánimes estresados.

Que momento más bello para morir. “Es muy halagador poder suprimirse”[1] pienso. Comprendo que esto no es más que una nueva afrenta diaria contra el mundo en el que vivo. ¿Quién es el pusilánime?...

Intuyo que las pastillas ya no están logrando su efecto. De todas formas, continuo mi camino.

Errante.






[1] Silogismos de la amargura, de E.M Cioran.